miércoles, septiembre 01, 2010

Un socialista contagioso

DOS AÑOS SIN EL NEGRO TULA Por Ulises Muschietti


Escribí esta nota hace dos años, para despedir a un querido amigo que acababa de morir. La reproduzco hoy, in memoriam.

Le gustaba conversar mientras caminaba por Callao o por la Avenida de Mayo, con la mano derecha apoyada sobre el hombro del otro. Con su acento tan inconfundible como reacio a las clasificaciones, iba y venía de un debate teórico de la izquierda italiana a la belleza de una fachada, de un recital de tango o de jazz a un recuerdo de su exilio en Méjico, de la calidad del cinco de Boca a una pregunta personal, nunca invasora, siempre cálida.

Jorge Tula, el Negro, andaba siempre con los bolsillos del saco llenos. Sacaba de ellos recortes, un papel en el que había escrito una palabra para la que no encontraba la mejor traducción, unas entradas de cine viejas, las mentitas, un lápiz, un libro. A veces el libro no era para él. “Lo vi en una mesa de saldos”, decía, “y se me ocurrió que te podía interesar”. Desde que la vida se le apagó el 30 de agosto pasado, parece que todos los bolsillos del mundo estuvieran vacíos.

El Negro era un socialista contagioso, un intelectual radical, un apasionado por la política y por las ideas. En 1976, a poco de instalada la dictadura de Videla, un grupo de tareas lo secuestró en la Editorial Siglo XXI, donde trabajaba. Estuvo desaparecido, fue blanqueado después como preso político en La Plata, y partió por fin al exilio. La barbarie de la derecha le pasó factura por su militancia, por los textos subversivos que había editado y traducido, por la insustituible Pasado y Presente de la primera mitad de los setenta. Pero él nunca hablaba de aquellos padecimientos, nunca pronunciaba una palabra de auto compasión. Si hablaba de la cárcel, era para recordar la solidaridad en el encierro, al “changuito” compañero de celda con el que jugaba al ajedrez, o los libros que le acercaba la Gallega, su compañera de toda la vida. La queja no era compatible con la entereza, la cordialidad y la finura que acompañaron su estar en el mundo hasta el último día.

De Méjico se trajo muchas cosas. Más amigos, más aprendizajes, la experiencia de la revista Controversia, en la que ayudó a reunir a los exiliados de la izquierda marxista con los peronistas de la Tendencia Revolucionaria. Y el saludo, “qué hubo, buey”, que no desmentía la tonada en la que se fundían la Catamarca de su infancia, la Córdoba de sus años de estudiante, los colores porteños de su madurez. Una tonada que se parecía, en esa apertura al mundo que no desdeñaba las raíces locales, a su manera de pensar.

Cuando se lo instaba a reunir sus muchos papeles para editarlos en un libro, solía decir que si no lo hacía era por vanidad: “Ya que no puedo escribir como Borges, prefiero no escribir”. Pero felizmente escribía, aunque le costaba encontrar el momento de pulir los borradores. La suya era una prosa rica y sugerente, persuasiva y elegante. No lo desvelaba la pulcritud del producto terminado porque escribía para pensar, para poner a prueba sus propios puntos de vista, para reconocer cuando ellos habían envejecido, para arrimar a los discursos obsoletos los destellos del pensamiento de la izquierda en cualquier lugar del mundo.

En las dos últimas décadas, como hombre del Partido Socialista, como compañero y amigo de Alfredo Bravo, de Jorge Rivas, de Oscar González, fue tan completamente leal a ellos como a sí mismo. Conocedor de la urgencia que requieren a veces las decisiones políticas, sabía también (y nadie entendería mejor la imagen futbolera) que a veces es imprescindible parar la pelota, levantar la cabeza y pensar. El Negro era un tipo que no sabía agacharse, así que nunca dejó una crítica sin hacer, una discrepancia sin formular. Pero jamás, tampoco, le sacó el cuerpo a la defensa de una resolución que hubieran adoptado los suyos. Capaz de la mayor moderación política y sincero cultivador del diálogo, se resistió siempre a caminar al lado de los resignados, de los necios, de los auto complacientes, de los que estuvieran dispuestos a olvidar, aunque fuera circunstancialmente, los principios.

Todos los que tuvieron el privilegio de ser sus amigos prueban ya diariamente el tamaño de su ausencia. Una ausencia más grande que su enorme figura, tan grande como su enorme corazón. “Suyo fue el ejercicio generoso de la amistad genial”, escribió Borges en homenaje a no importa quién. Otro intelectual, Eric Hobsbawm, caracterizó una vez a José Aricó como “un socialista impresionante”. Los dos, aunque ninguno de ellos lo supiera, hablaban también del Negro Tula.

Nota publicada por Ulises Muschietti en su blog http://veintecargas.blogspot.com/

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