viernes, septiembre 10, 2010

El diario Clarín, el golpe y las vísperas

La retórica de Balbín era utilizada para convalidar la convicción del grupo directivo, encabezado por Héctor Magnetto, de que los activistas sindicales integrábamos los supuestos escuadrones de una tenebrosa ‘guerrilla industrial’


Oscar González*

Ese verano de 1976 transcurría con tantos nubarrones –la inminencia de un golpe de Estado era un secreto a voces– que un grupo de amigos decidimos pasar juntos las breves vacaciones de ese año, congregados en una módica quinta, al Oeste de Buenos Aires.

La razón de esa coincidencia veraniega no era sólo la camaradería que nos unía, sino otra más decisiva: quienes habíamos decidido seguir viéndonos las caras aun en esos días de receso estival éramos todos delegados sindicales de empresas periodísticas.

La mañana del lunes 2 de febrero, el teléfono sonó muy temprano y lo desusado de la hora fue el presagio de lo que sobrevendría. Era el llamado de una compañera que había sido rechazada al intentar tomar servicio a las 6 en el edificio de Tacuarí al 1800. Así nos enterábamos que había comenzado la avalancha de despidos en la empresa AGEA SA, editora del diario (el Grupo Clarín aún no existía).

Lo demás fue una maratón para llegar lo antes posible a las puertas de la empresa, consultar a los abogados amigos y convocar a todos los trabajadores a concentrarse en las inmediaciones del lugar. A las pocas horas, el panorama establecía que habíamos sido despedidos los 13 integrantes de la comisión interna y varios de los trabajadores sindicalmente más activos. Con el correr de los días, la purga incluiría a decenas de trabajadores de todas las áreas del diario.

Perseguidos por el gobierno de Isabel Perón, que había intervenido nuestra Asociación de Periodistas en 1974, un año después la ofensiva llegaba directamente a las empresas, y los desplazados fuimos entonces los integrantes de las comisiones internas, entre ellas y en primer lugar, la del diarioClarín, a la que se consideraba la más poderosa del sector. Para entonces, ya la Triple A se había ensañado con algunos de nuestros compañeros y el horizonte aparecía teñido de incertidumbre y oscuros pronósticos.

Urgida por la furia que le causaba una representación consecuente y tenaz, que contaba con un fuerte respaldo de los trabajadores –y que además mantenía lazos de solidaridad con otras comisiones internas y empresas de la zona (era la época de las coordinadoras)– la ofensiva patronal había comenzado mucho antes.

Para diciembre de 1975 ya teníamos confirmada la decisión de la cúpula empresaria de quebrar el sólido movimiento gremial que desde 1972 había hecho de esa empresa uno de los bastiones del sindicalismo combativo. Nuestros compañeros que frecuentaban, por razones laborales, las alturas empresarias, nos confirmaban que los legajos con nuestras identidades habían salido rumbo al severo escrutinio de ciertos órganos de inteligencia.

La desgraciada retórica del legendario dirigente Ricardo Balbín era utilizada para convalidar la convicción del grupo directivo, encabezado por Héctor Magnetto, quien ya estaba a cargo de la gerencia general, de que los activistas sindicales integrábamos los supuestos escuadrones de una tenebrosa “guerrilla industrial”.

La negociación para que los compañeros cobraran sus indemnizaciones no resultó fácil: las múltiples gestiones ante los abogados de la empresa, las asambleas agitadas y marchas callejeras, todo eso sucedía en un clima irrespirable, mientras avanzaba inexorable la ominosa sombra del fatídico 24 de marzo. Ese día, cuando Magnetto y su círculo festejaban el golpe militar que les iba a garantizar la “paz social” en su empresa y pactaban con los nuevos amos del país los detalles para la apropiación de Papel Prensa, los despedidos de Clarín –como tantos millones de trabajadores argentinos– ingresábamos en la penumbra del desempleo, de la represión y, en muchos casos, del exilio.

*Periodista, secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional.
Publicado por el diario Tiempo Argentino, Editorial, pág. 16, el 10 de septiembre de 2010.

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