Sostenemos la hipótesis que el kirchnerismo comenzó a mostrar limitaciones ya por allá a fines de 2006, en la medida en que desnudó cierta dificultad en absorber las demandas sociales generadas en el propio contexto de gobierno. (Recordemos que su gran virtud había sido responder satisfactoriamente a las demandas circulantes en el entramado social de la crisis de 2001). La demanda más obvia que podemos mencionar, para fines de 2006, es la inflación. Un significante con una huella muy profunda en la historia reciente argentina. Esta demanda por contener o bajar la inflación que comenzaba a desatarse, potenció la dimensión de la intervención del INDEC. Porque la intervención del INDEC estuvo vinculada a aquella demanda. En ese sentido, ubicamos allí el comienzo de la desacreditación de la palabra oficial. De esta ligazón entre inflación e INDEC es de donde parte la potencia de la crítica a la intervención del gobierno en dicho organismo.
Allí, comenzó a tener cierta fortaleza el discurso de la oposición, que hasta entonces no había encontrado superficie de inscripción. El discurso opositor así se estructuró alrededor de demandas tales como calidad institucional (acá se pega lo del INDEC y la inflación, también toma peso la cuestión del Consejo de la Magistratura), la seguridad, etc.
Pues bien, hoy en día la desacreditación de la palabra no sólo golpea al oficialismo. También golpea por igual a la oposición y a los medios de comunicación dominantes. ¿A qué se debe esto? Fundamentalmente a que el discurso opositor es un discurso cínico: denuncias de inminentes catástrofes que nunca llegan, denuncias de corrupción de nunca llegan a la justicia o si llegan no se comprueban, denuncias de complots que no se prueban, etc. etc. Ejemplos sobran, veamos unos poquitos: Patricia Bullrich -en el debate en comisión en el parlamento- denuncia que Kirchner tiene un arreglo con Telefónica y por eso incluye a las telefónicas en la Ley de Medios (ya sabemos todos que pasó después al respecto), Mauricio Macri denuncia un complot en contra de la Policía Metropolitana y dice que el espía -que hoy está en tapete- fue infiltrado desde el PEN (siendo que la justicia está investigando a su propio gobierno), otra de Macri: acusa al gobierno de violento mientras él crea la UCEP, Elisa Carrió se prende en el juego de Gerardo Morales y hoy nos guiña nuevamente el ojo y nos advierte que estemos tranquilos pero que el gobierno está armando una revolución y por eso arma a piqueteros y apunta a Milagro Sala…
Y los medios de comunicación dominantes no se quedan atrás, por mucho que le pese a Tenembaum. Hace un tiempo lo vi, mientras hacía zapping, quejarse de que el gobierno nacional pretendía desacreditar a la prensa. Pero me pregunto, ¿negar, como lo hizo Tenembaum, que existen monopolios o posiciones dominantes en los medios de comunicación no lo descredita solito? ¿La burda manipulación de las noticias del Grupo Clarín no los desacredita solitos? Sin ir más lejos esa foto armada de la primera plana de Clarín para realzar la marcha en contra de la ley de medios convocada por el Rabino Bergman y De Angeli. ¿No se desacredita solito el Grupo América cuando el Sr. Vila habla de libertad de expresión y fue quien mediante un recurso a la justicia impidió que canal 7 llegara a Mendoza?
A esta altura me parece que la cuestión de la calidad institucional y el descrédito de la palabra es más un problema de la oposición y los medios de comunicación dominantes que del gobierno nacional.
Allí, comenzó a tener cierta fortaleza el discurso de la oposición, que hasta entonces no había encontrado superficie de inscripción. El discurso opositor así se estructuró alrededor de demandas tales como calidad institucional (acá se pega lo del INDEC y la inflación, también toma peso la cuestión del Consejo de la Magistratura), la seguridad, etc.
Pues bien, hoy en día la desacreditación de la palabra no sólo golpea al oficialismo. También golpea por igual a la oposición y a los medios de comunicación dominantes. ¿A qué se debe esto? Fundamentalmente a que el discurso opositor es un discurso cínico: denuncias de inminentes catástrofes que nunca llegan, denuncias de corrupción de nunca llegan a la justicia o si llegan no se comprueban, denuncias de complots que no se prueban, etc. etc. Ejemplos sobran, veamos unos poquitos: Patricia Bullrich -en el debate en comisión en el parlamento- denuncia que Kirchner tiene un arreglo con Telefónica y por eso incluye a las telefónicas en la Ley de Medios (ya sabemos todos que pasó después al respecto), Mauricio Macri denuncia un complot en contra de la Policía Metropolitana y dice que el espía -que hoy está en tapete- fue infiltrado desde el PEN (siendo que la justicia está investigando a su propio gobierno), otra de Macri: acusa al gobierno de violento mientras él crea la UCEP, Elisa Carrió se prende en el juego de Gerardo Morales y hoy nos guiña nuevamente el ojo y nos advierte que estemos tranquilos pero que el gobierno está armando una revolución y por eso arma a piqueteros y apunta a Milagro Sala…
Y los medios de comunicación dominantes no se quedan atrás, por mucho que le pese a Tenembaum. Hace un tiempo lo vi, mientras hacía zapping, quejarse de que el gobierno nacional pretendía desacreditar a la prensa. Pero me pregunto, ¿negar, como lo hizo Tenembaum, que existen monopolios o posiciones dominantes en los medios de comunicación no lo descredita solito? ¿La burda manipulación de las noticias del Grupo Clarín no los desacredita solitos? Sin ir más lejos esa foto armada de la primera plana de Clarín para realzar la marcha en contra de la ley de medios convocada por el Rabino Bergman y De Angeli. ¿No se desacredita solito el Grupo América cuando el Sr. Vila habla de libertad de expresión y fue quien mediante un recurso a la justicia impidió que canal 7 llegara a Mendoza?
A esta altura me parece que la cuestión de la calidad institucional y el descrédito de la palabra es más un problema de la oposición y los medios de comunicación dominantes que del gobierno nacional.
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