domingo, mayo 02, 2010

Del hecho maldito a la “mierda oficialista”, por Sebastián Artola

1) La frase de John William Cooke, “El peronismo es el hecho maldito de la política del país burgués”, es una de las definiciones más contundentes y desafiantes de los encendidos años sesenta cuyo eco resuena hasta nuestros días.

Por la trama de esta expresión, que destila aires sartreanos y gramscianos, se cuela esa operación política sobre las palabras que conocemos como inversión de significado. Es decir, Cooke en un giro habitual del lenguaje político toma y da vuelta la definición del antiperonismo que concebía al peronismo como el mal absoluto de la sociedad argentina.

Al capturar esa imagen del adversario e invertirla positivamente, constituyéndola en emblema de identificación y en condición ontológica productiva, se desvanece la función denigratoria que le atribuía el desprecio rival.

El peronismo será malo, sí, pero para el “país burgués”, porque, como definirá Cooke, representaba “el más alto nivel de conciencia a que llegó la clase trabajadora argentina”, definiendo a la antinomia peronismo-antiperonismo como “la forma concreta que asume la lucha de clases” en el país.

Este movimiento tiene varios ejemplos en la cultura política nacional. Basta con recordar el origen de los términos “descamizados” o “cabecitas negras”, lanzados por la horrorizada mirada antiperonista frente a las columnas de obreros el 17 de octubre de 1945, para ver cómo luego son resignificados por los discursos de Eva Perón, y asumidos como títulos de honor por sus destinatarios.

La palabra mal no era casualidad. Había sido utilizada desde siempre por el pensamiento político de la élite para clasificar lo popular. Desde Sarmiento en el Facundo (1845) con su sentencia “El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión”, ubicando a la geografía como la causal de la barbarie montonera, pasando por los estudios de los “males latinoamericanos” del positivismo de fines del siglo XIX, que diagnosticaban las razones del “caudillismo” y la “política criolla” en la hibridación racial producida en esta parte del continente, a diferencia de la virtuosa pureza étnica de la pujante Norteamérica, hasta Ezequiel Martínez Estrada en su ¿Qué es esto?, de 1956, que veía en Perón y en lo que representaba “la mayoría de los males difusos y proteicos que aquejan a mi país desde antes de su nacimiento”.

La invectiva lingüística de Cooke no podía portar mayor politicidad. Si por un lado, desbarataba la descalificació n enemiga, reafirmando la condición de mal del peronismo en la política argentina al trasladarlo también al terreno de las palabras; por el otro, realizaba una inversión de significado histórica que interpelaba al pensamiento liberal todo, desde Sarmiento hasta Martínez Estrada y Borges.

Eran los años en que la batalla cultural e ideológica contra el liberalismo se ganaba por goleada y así lo muestran las prolíficas producciones de la ensayística nacional y el revisionismo histórico en clave peronista, de vasta popularidad y un potencial simbólico con repercusiones políticas inesperadas.



2) La canción de Carlos Barragán, panelista del programa televisivo “6,7,8”, no podemos dejar de asociarla a la expresión cookista del hecho maldito. “Soy la mierda oficialista” se ha constituido por estos días en la consigna de un novedoso momento cultural de la sociedad argentina, tan insospechado meses antes como impredecible respecto a su curso futuro.

La lógica de su elaboración, el sarcasmo y la estructura irónica es la misma. La complementació n entre un sustantivo y un adjetivo de condición peyorativa en boca del espacio antagónico que son asumidos orgullosamente, a través de un gesto tan burlón como incisivo.

De este modo, “la mierda oficialista” se constituyó en el slogan identitario que una considerable franja social asumió en su intervención en el debate público y en las masivas concentraciones que se realizaron en distintas ciudades del país, desafiando la feroz campaña mediático-polí tica de estigmatizació n del gobierno oficial que hizo de una letra - la “K” – el símbolo de la negatividad de la política presente.

Por otra parte, fue la marca del pasaje de una adhesión al proyecto de gobierno más bien pasiva, preocupada, silenciosa o aislada para constituirse en un colectivo de participación, creativo, alegre y pleno de convicciones.

Sin dudas, el debate del año pasado alrededor de la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual dejó huellas en el sentido común social que acabaron revelándose con intensidad por estas semanas a modo de reacción ante el discurso de los medios hegemónicos que, puesta en duda tal posición en el mercado, vulgarizaron de tal modo la construcción de la información que los llevó a mostrar su rostro e intereses como nunca antes desde el retorno a la democracia.

Estos novedosos registros de la actualidad nacional ponen sobre la mesa un dato cada vez más palpable y de impredecible consecuencia en la política inmediata y mediata: el quiebre de la hegemonía del discurso mediático dominante.

La política argentina desde la claudicación alfonsinista ante las sublevaciones militares de 1987, que va a marcar la frustración de una democracia más plena en el país, había entrado en un curso de progresiva captura a manos de los grandes medios de comunicación privados. Los ’90 menemistas y la brevísima experiencia de la Alianza antimenemista pero neoliberal también, expresan el punto más alto de la mediatización de la política y su subordinación a los mandatos de las corporaciones económicas.

Si el gobierno, desde el 2003, viene haciendo visible esta cuerda decisiva para las posibilidades democráticas presentes y futuras, hoy - y por primera vez – ha logrado cobrar cuerpo en un movimiento social que encuentra su fuente en varias aguas. Desde Carta Abierta y su forjista batalla en soledad durante el conflicto con las patronales rurales y los poderes mediáticos, pasando por la Coalición por una Radiodifusión Democrática, hasta el programa “6,7,8”, constituido en la trinchera televisiva contra el discurso único mediático.

Este nuevo clima nos formula poderosas y alentadoras expectativas:

Por un lado, un nuevo activismo democratizante de sectores medios, con no menor participación juvenil, que interpela a la franja media toda en sus diversas gamas y busca resituar su ligazón con los debates públicos, en alianza con los sectores populares, ecuación social de todo proyecto político popular.

Por el otro, la emergencia de un relato que fisura el dominante, haciendo pie en el sentido común social y emparejando la hasta ahora desfavorable pulseada cultural por los discursos y las palabras, sobre la base de desnudar las invisibilizadas relaciones entre política, medios, democracia y poder económico, lo que da cuenta del reverdecer de una conciencia pública y democrática.

Por último, el desafío con chances del gobierno de reconstituir su base social ante un cambio de escenario, en el que juegan los mencionados impulsos participativos, el acierto en las propias decisiones políticas como la muestra fáctica de lo que es capaz de hacer la oposición con una cuotita de poder más, que alertó hasta a sus propios votantes.

Ahora bien, para ganar aire el favor ajeno alcanza pero para ganar una elección nacional son los aciertos propios lo que pueden crear ese escenario posible.

Iniciativas públicas que delimiten con precisión ideológica la cancha política parece ser el mejor esquema para el gobierno. Agreguemos: cada vez que salió bien fue porque contó con la condición de ser una demanda con un respaldo discursivo sólido y un grado de movilización social a su alrededor muy superior a la de aquellos sectores que se opusieron. Lo inverso llevó a la derrota.

Y algo más para finalizar: oportunidades de recomposición como la que atravesamos no se presentan dos veces. A su vez, para el año bisagra de este ciclo político - el 2011 - tampoco resta tanto. De ahí la tarea imperiosa de multiplicar esta nueva ciudadanía democrática y militante que se ha lanzado de lleno a protagonizar el debate público. Con la marca épica y utópica propia de la puja que se libra en un año donde se cumplen 200 desde nuestro primer grito de emancipación. Debemos creer en nosotros mismos, pues, como decía Scalabrini Ortiz, allí anida “la magia de la vida”. Porque si ganamos esta batalla cultural por la redistribució n de la palabra podremos decir que ahora sí estamos en condiciones de transitar otro horizonte para la democracia argentina.

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