Alejandra Rodríguez, Ana Laura Herrera y Carolina Calvelo
RED MUJERES CON CRISTINA
“Quien vive verdaderamente no puede dejar de ser ciudadano y combatir. Odio a los indiferentes... La indiferencia actúa poderosamente en la historia. Actúa pasiva mente, pero actúa… Los hechos maduran en la sombra, unas pocas manos, no sometidas a ningún control, tejen la tela de la vida colectiva y la masa ignora, porque no se preocupa... Soy combatiente, vivo, siento ya en las conciencias viriles de mi bando el pulso de la actividad de la ciudad futura que mi bando está construyendo (...)”
Antonio Gramsci (citado en G. Fiori, Vida de Antonio Gramsci, Peón Negro Eds., 2009 pág. 139).
Las autoras de este artículo formamos parte de una generación que nació en los años '70 y, por lo tanto, crecimos a la luz de la tradición del peronismo, los dolorosos años de la dictadura militar y el advenimiento de la Democracia. Nos tocó comenzar a construir nuestra identidad política y militante durante los ‘90, en la oscura noche del neoliberalismo.
Reconociéndonos en las huellas de ese pasado, hoy protagonizamos el presente participando en la construcción de una nueva cultura política. Asumimos una voluntad política comprometida con el proceso de transformaciones democráticas que vive el país y trabajamos para ampliar aquella diferencia que posibilite actualizar la política.
Desde hace un tiempo se nombra a la juventud como sujeto político que irrumpió en la escena ciudad ana tomando por sorpresa a muchos, que dudaban de lo que se venía gestando desde abajo. La presidenta hace permanentes llamados a los jóvenes, dice: “hay en ellos espíritu de cambio, de transformación, de superación y de progreso”. En este sentido, ¿estamos dispuestos/as a revitalizar la política asumiendo el protagonismo de las nuevas generaciones?
Si de la mano del Kirchnerismo se inició un nuevo proceso democrático con disposición a encarar temas que algunos pretendieron sepultar, a dar visibilidad a nuevos sujetos políticos, a transformar estilos y hasta atreverse a nuevas designaciones, como propuestas de renovación del peronismo -sendero que requiere ser revisitado constantemente- similares iniciativas en el resto de las fuerzas políticas quedan por emprenderse, pues el presente exige cierta dosis de reinvención que pueda ampliar la diferencia con el pasado y que pueda ser opción de futuro desde los mejores legados del ayer.
¿Qué implica entonces renovar la política? ¿Los dirigentes más jóvenes se están animando a experimentar nuevas lógicas o siguen reproduciendo las más arcaicas? ¿Los espacios políticos que dicen distanciarse de la vieja política logran contener y satisfacer a los que militan para abrir horizontes?
Si una política no abre el juego y no distribuye poder, si no está dispuesta a aventurarse un poco, a empoderar los nuevos pasos, a ampliar los márgenes de horizontalidad en contra de una verticalidad que solo entiende de “conducción”, se vuelve poco atractiva, envejece a quienes la practican y aleja el entusiasmo de los que se acercan.
El juego que se demanda para abonar el cambio cultural de la política debe ser menos mesquino, con permanentes apuestas a una construcción desafiante, de conjunto, que remita a la política como vida pública y colectiva. Un juego que combata el aislamiento, convencido de que en el entre, allí y sólo allí, dónde los sujetos se reúnen con el propósito de realizar algo en común, aparece el poder. Porque el poder no es otra cosa que una relación social, algo que circula y se expresa en la experienci a cotidiana y ciudadana, del mismo modo que la política solo puede ser en el lugar de lo público, de la palabra, con otros.
Un proyecto popular profundo se afianza si logra integrarse junto al pueblo con consignas y realidades de transformación. Una transformación que es política, pero que también y necesariamente es cultural. Nicolás Casullo ampliaba la imagen de la transformación: “…para cambiar una época hay que delegar un montón, porque tienen que ser un montón las voces que acompañen el discurso oficial, pero no como loros que sólo repiten, sino con ideas propias y aportes de valor. Es parte de la batalla intelectual que hay que dar. Si no te das cuenta de eso estás perdido.” (Revista Debate, abril del 2008)
Así como Evita se revelaba ante los alcahuetes, ante los propios que obturaban la posibilidad de lo nuevo, de aquello que nunca se había podido pensar, de aquello ante lo que había que habilitar nuevas preguntas, hoy los efectos de no combatir una lógica de construcción política que se conserva como elitista pueden ser dramáticos para el movimiento popular. Quienes venimos militando en el peronismo tenemos el desafío por delante de continuar un proyecto integrado a la experiencia popular.
La nueva política es aquella que se somete a revisión constante, que actualiza reflexivamente las cualidades, propósitos y estrategias del proyecto que venimos c onstruyendo. Las “almas bellas” declamadoras puntillosas y aquellos que aún permanecen alejados del kirchnerismo pueden incorporarse a la construcción de este gran frente nacional, comprometidos con la ampliación de una democracia distinta. Lograremos involucrarnos con las vivencias de la gente y encarar una reflexión más profunda si desde ambos lados asumimos el desafío de construir desde la diversidad, echando por tierra un continuismo que se disfraza de crítica progresista por un lado y la ceguera de un sectarismo que se camufla de convicción por el otro.
La política es felicidad pública, aquella que surge cuando uno descubre que estuvo siempre vinculado a la vivencia del pueblo. Y ese descubrir es una acción, es desatar, destapar esa profunda re lación con la experiencia de los más. El peronismo es un proyecto que se construye en el devenir, en la historia, es entonces un mito. La historia es un proyecto que se desarrolla todos los días, con las opciones que se toman, con la impronta que se marca en cada época, de la mano de las luchas sociales. Pensar en la transformación social hoy es pensar en las revoluciones del pasado, ser peronista hoy es asumir la experiencia del ayer, también aquella que ha sido silenciada.
Lo revolucionario del peronismo fue descubrir saber en el pueblo y desplegar su poder desde y en la acción colectiva. Así lo diría J. W. Cooke: “El peronismo es el hecho maldito del país burgués”. Ese fue el hecho maldito del peronismo: revalorizar el saber sin saber, nues tro saber, el saber del pueblo y darle lugar desatando la tremenda potencia que contiene. El pueblo es constructor del proyecto, un pueblo que lucha con estrategias de poder.
Tal vez no se trata de pensar en la revolución como un horizonte casi inalcanzable sino de no abandonar el trabajo incansable por la transformación social, por un cambio social profundo que implica hacer un ejercicio permanente por descubrir y desplegar la fuerza política del pueblo. Este proceso no termina nunca, porque el cambio social es un saber sin saber.
Luchamos siempre, porque siempre hay aspectos para cambiar en la realidad que nos circunda, pero también porque siempre es posible hacer realidad algun as utopías. “Toda revolución debe ser primero rechazo si quiere ser afirmación”, dice Mariátegui. Todo cambio cultural implica una revolución política, el rechazo de sus formas arcaicas junto a la proximidad de un tiempo pasado que se nos hace presente. La dirección política no puede estar a espaldas de los más, de los que venimos cantando, de las palabras que circulan, pues si los días más felices fueron peronistas, es esa felicidad pública la que queremos reconstruir. Pero el optimismo que nos convoca debe contagiar su entusiasmo a nuevas y mayores voluntades que logren desplegar una riqueza inventiva de iniciativas concretas que modifiquen la realidad existente. En palabras de Cooke: “nuestros compromisos son con esta época sin que podamos excusarnos transfiriendo a generaciones que actuarán en un imprevisto futuro”. Es compromiso y estrategia de poder hoy. Valga este artículo como un reclamo de actualidad para la política y para todos/as los/as que somos militantes.
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